Jean-Luc Lagarce (1957-1995)
« ¡Ya veréis cuando esté muerto! » les solía decir Jean-Luc Lagarce a sus amigos más cercanos, al final de una cena, después de una función, o de un ensayo. Le sucedió a Lagarce lo que había previsto: se volvió famoso. Hoy, 12 años después de su muerte, se cumplió la predicción. Es el autor francés moderno más llevado a las tablas, más traducido… Ya es un « clásico del siglo XX » según los términos de su editor. Y ya llegó casi a la altura de Koltès, que le llevaba 9 años y que le precedió 6 años en la muerte. Ambos murieron de sida y ambos podrían ser los íconos teatrales, en Francia, de la gran plaga. Uno –Koltès- como el ángel guapo y gamberro, una figura que recuerda al Ninetto de Pasolini, el otro, más reservado, con algo de un dandy inglés, siempre serio con una pizca de ironía.
«Ya veréis cuando esté muerto» Por supuesto, la preocupación por la posteridad no es propia de Lagarce. Cualquier obra es un paso hacia la eternidad, etc… Y por supuesto, en el caso de JLL como en el de Koltés, el hecho de saberse condenado a muerte les dio a los dos el sentido de la emergencia: la escritura como lucha contra el tiempo, carrera contra el reloj. Ambos, estrellas fugaces, dos figuras más en la larga leyenda de los artistas desaparecidos en forma precoz.
Esta visión romántica, sin embargo, no cuaja con la personalidad de JLL. Él nunca vivió su enfermedad como tragedia personal- más bien, el siempre intentó vivirla como tragicomedia-, ni tampoco como tema literario. « El sida no es tema solía decir ». Y si la certidumbre de una muerte más o menos próxima le dio un matiz de seriedad a su obra, no originó un cambio drástico. Ya antes de la enfermedad, JLL se preocupaba por un destino post-mortem, y por el diálogo entre el presente y un futuro que para él era un « después ». Un « después » que es también, tal como lo veremos, una vuelta a lo mismo.
“¡Ya veréis cuando esté muerto!”: no hay que ver ahí solamente un grito de desafío, o de conjuro, sino tal vez la clave de su obra. Escribía en su diario íntimo, con fecha del 9 de junio del 1992: « La idea muy sencilla –pero muy sosegadora, muy alegre, eso es lo que quiero decir, muy alegre, sí, la idea de que volveré, y tendré otra vida después de ésta, donde seré el mismo, donde seré más encantador, donde caminaré por las calles de noche con todavía más confianza que en el pasado, donde seré un hombre muy libre y muy feliz.
La idea, muchas veces sin pensarlo:
-Haré eso cuando vuelva… Es estúpido. Muy poco filosófico. Muy alegre. Muy calmante. Pero no estoy agitado-, y perfectamente anclado en mi espíritu».
No viene al caso, creo, buscar en esa idea de regreso algún vínculo con la resurrección. JLL nunca tuvo relación alguna con la religión católica. Y en su educación protestante, no cabía mucho la idea de resurrección de los cuerpos, sino, me parece, de permanencia del espíritu, un concepto que podía, supongo, integrar a su ateísmo.
La historia de un tipo que se fue y que vuelve: ese es el gran tema del teatro de JLL, el tema recurrente que atraviesa casi toda la obra, y que encontramos hasta en textos menos conocidos como lo es el libreto que escribió para una ópera contemporánea, titulada, con toda sencillez: Quichotte. Quijote.
El escenario es una gasolinera con un restorán al lado, en algún suburbio de hoy; los personajes: el gasolinero, una mesera, una cantante. Quijote, dice la cantante, « no es ningún hombre destacado; no es para nada la historia tal como se conoce, vivía por aquí, siempre había vivido aquí, une día se fue, y no lo volvimos a ver más ».
Una noche se escucha un frenazo delante de la gasolinera: vuelven Sancho y Quijote. Él está cansado, enfermo. Se muere entre los brazos de la mesera, cantando: « Se quebró el amor, pero nada lo puede matar».
Quichotte, con una música del compositor de jazz Mike Westbrook, no es, por mucho, la obra más lograda de su autor. Pero me parece interesante notar que lo que Lagarce conserva de la leyenda no es el viaje, sino el regreso.
En Quichotte, como en «Justo el fin del mundo», en «Estaba en mi casa esperando que llegara la lluvia», en «El País lejano», y en otras obras más, aun cuando esté menos evidente, vuelve el Ausente. Vuelve al lugar de sus orígenes al pueblo, a la familia, para morirse. O –y eso nunca está muy claro- vuelve de entre los muertos para dialogar con los vivos, para precisar cosas, para revivirlas, aun sabiendo que es imposible cambiarlas.
¡Ya veréis cuando esté muerto! Seré famoso, montarán mis obras, harán coloquios en Madrid, pero sobre todo estaré presente porque esta presencia es lo que le da sentido a mi obra. El héroe muerto vuelve no de un más allá, sino de un mundo paralelo donde no hay futuro, pasado ni presente, solamente una circulación extrañamente fácil entre los tiempos:
« Mañana, hace mucho, volveré », dice Louis en « El país lejano».
Esta teatralización de la eternidad, no tiene, me parece, muchos equivalentes en la literatura dramática moderna, y tal vez explique en parte el desencuentro entre el autor vivo y sus contemporáneos.
Ya veréis, cuando esté muerto, lo que no queréis ver mientras estoy vivo.
Hay que matizar ese desencuentro. En sus últimos cinco años de vida, que fueron los más productivos, JLL ya no era el hombre de teatro semiconfidencial, de los primeros años. Se sabía que había reunido a su alrededor una tropa de jóvenes actores con talento, entre ellos Olivier Py, que dirige desde el mes pasado el teatro del Odeon. Pero cabe destacar, que la fama naciente de JLL lo ubicaba más como director, con mucho talento cuando se ponía al servicio de otros autores, particularmente el registro cómico –su puesta en escena de la Cantante calva de Ionesco fue su mayor éxito, que como autor.
Eso se debe en parte al hecho que no le alcanzó el tiempo par montar sus dos obras maestras –Estaba en mi casa… y El país lejano-, pero también a una relativa sordera hacia un estilo teatral muy desestabilizador.
Las obras de Jean-Luc Lagarce hablan de la familia, de la provincia, del teatro, de las amistades, de la época, pero lo hacen sin ningún realismo, o más bien sin ninguna preocupación por la psicología de los personajes, aun cuando éstos tengan una carga emocional fuerte. Michel Vinaver, el sí bien vivo a sus 80 años, habla, a propósito de su propio estilo de la «repetición-variación», una noción
que me parece pertinente aplicar a la escritura de Lagarce. En ese sentido, se ubica claramente en una tradición de autores –Beckett, Duras, Sarraute- para los cuales el silencio sería la gran meta literaria.
He ahí una gran diferencia con Koltès, que se ubica más en la herencia de Genet, y en una tradición lírica que recupera también las grandes formas discursivas, incluso el diálogo filosófico (En la soledad de los campos de algodón suena a veces como obra del siglo dieciocho).
La escritura de Lagarce no tiene la misma seducción a primera vista. Es a la vez muy íntima y muy distante, muy precisa y muy indecisa, nunca se embriaga de sí misma, sino que se detiene, busca la palabra, la repite, la cuestiona, estableciendo una relación de desconfianza, no sólo con lo dicho, sino con la acción. Las palabras, tal como los personajes, son ausentes que vuelven. Aparecidos.
Pero a la vez, esos aparecidos –palabras y personajes- no son para nada trágicos-, su indecisión desata las risas (lectura de Últimos remordimientos antes del olvido, página 80… En las obras de Lagarce, nadie se salva del ridículo, pero el ridículo es tan solo un estado pasajero.
Y el hecho de que nada, nunca, esté totalmente resuelto, suena como la promesa de que esto nunca va a acabar, mientras vivos y muertos prosiguen un diálogo eterno, volviendo sin cansarse nunca, a lo mismo: « No puedo dejar de pensar que lo que ocurre en el escenario, ya ocurrió, y es tan sólo la repetición de algo ya escuchado », dijo JLL en un programa de radio, poco antes de su muerte.
«Pensé también que llevaba demasiada prisa y que la obra literaria iba a ocupar la vida entera, y que nunca iba yo a saber si tenía realmente algún interés. Eso no me puso triste o alegre. Era como una evidencia.» Eso, lo escribió en su diario íntimo, en el 1985.
Gracias
René Solís. (Libération)
Madrid. Mayo 2007.